AMAR UNA SOLA
VEZ
Johanna Lindsey
CAPITULO 2
La mansión Malory, en Grosvenor Square,
estaba brillantemente iluminada, y casi todos los ocupantes estaban en sus
habitaciones, preparándose para el baile de los duques de Shepford. Los
criados, más ocupados que de costumbre, corrían de un extremo a otro de la
mansión.
Lord Marshall necesitaba más almidón en su
corbata. Lady Clare quería un ligero refrigerio. Durante todo el día había
estado demasiado nerviosa para comer. Lady Diana precisaba un remedio para tranquilizarse.
Dios mío, su primera temporada y su primer baile: hacía dos días que no comía.
Lord Travis necesitaba que le ayudaran a encontrar su nueva camisa de encaje.
Lady Amy simplemente necesitaba que la animaran. Ella era la única en la
familia que era demasiado joven para asistir al baile, incluso un baile de
disfraces, donde de todos modos no iba a ser reconocida. ¡Ah, era horrible
tener quince años!
La única persona que se preparaba para el
baile y que no era hijo o hija de la casa, era lady Regina Ashton, sobrina de
lord Edward Malory y prima hermana de su gran cantidad de hijos. Naturalmente
lady Regina tenía su propia doncella para que la atendiera si necesitaba algo,
pero al parecer no era así, porque nadie había visto a la doncella desde hacía
más de una hora.
La casa desbordaba actividad. Lord y lady
Malory habían empezado los preparativos mucho más temprano, porque habían sido
invitados a la comida formal dada para unos escasos elegidos antes del baile.
Se habían marchado hacía poco más de una hora. Los dos hermanos Malory iban a
acompañar a sus hermanas y a su prima, una gran responsabilidad para los
jóvenes, de los cuales uno acababa de dejar la universidad, y el otro todavía
no.
Marshall Malory no había tenido mucho interés
en acompañar a las mujeres de la familia, hasta hoy, cuando inesperadamente una
amiga había pedido unirse al grupo en el coche de la familia Malory. Era un
golpe de suerte haber recibido esta petición precisamente de tal dama.
Estaba perdidamente enamorado de ella desde
que la había conocido, el año anterior, cuando había ido a su casa para pasar las
vacaciones. Ella no le había hecho mucho caso entonces, pero ahora él había
terminado los estudios y tenía veintiún años, era todo un hombre. Vamos, ya
podía establecer una familia si quería. Y podría pedirle a determinada dama que
se casara con él. ¡Oh, era maravilloso haber llegado a la mayoría de edad!
Lady Clare también pensaba en la edad. Tenía
veinte años, por horrible que esto fuera. Era su tercera temporada y aún no
había conquistado un marido... ¡ni siquiera se había comprometido! Había
recibido algunas propuestas, pero de nadie a quien pudiera tomar en serio. Oh,
era bastante bonita, con lindos ojos, piel blanca, muy rubia. Este era el
problema. Era simplemente bonita. No soñaba ser tan llamativa como su prima
Regina, y tendía a apagarse cuando estaba junto a ella. Y el maldito destino
quería que esta fuera la segunda temporada que debía compartir con Regina.
Clare estaba furiosa. Su prima ya debía
haberse casado. Había recibido docenas de propuestas. Y no es que ella no
quisiera, parecía más que dispuesta, tan deseosa como Clare, o más, de
establecerse.
Pero, por uno y otro motivo, todas las
propuestas habían quedado en el aire. Ni siquiera con un viaje por Europa el
año anterior había obtenido un marido. Regina había vuelto a Londres, siempre
esperando encontrar marido.
Y este año también iba a entrar en la
competencia la hermana de Clare, Diana. Como aún no tenía dieciocho años,
hubiera sido mejor que la hicieran esperar un año más antes de presentarla en
sociedad. Pero los padres habían pensado que Diana ya tenía edad de divertirse
un poco. Aunque se le prohibió expresamente interesarse seriamente en ningún
hombre. Era demasiado joven para casarse, pero podía divertirse todo lo que
quisiera.
Lo único que faltaba era que sus padres
sacaran del cuarto de estudios a Amy cuando tuviera dieciséis años, pensó
Clare, cada vez más enojada. Casi podía verlo. El año próximo, si ella aún no
había encontrado marido, tendría que competir con Diana y con Amy. Amy era tan
bella como Regina, con aquel color moreno que sólo unos pocos Malory poseían.
Clare tenía que encontrar marido esa temporada, aunque le costara la vida.
Clare no estaba enterada, pero estos también
eran los sentimientos de su hermosa prima. Regina Ashton contempló su imagen en
el espejo mientras que su doncella, Meg, enroscaba su largo cabello negro para
disimular su longitud y hacer que pareciera más a la moda. Regina no veía sus
ojos ligeramente oblicuos, de un sorprendente azul cobalto, o los llenos labios
que se fruncían en un mohín, o la piel quizás demasiado blanca, que destacaba
tan fuertemente el oscuro pelo y las largas pestañas negras. Veía hombres,
desfiles de hombres, legiones de hombres –franceses, suizos, austriacos,
italianos, ingleses– preguntándose por qué ella todavía no se había casado.
Ciertamente no era porque no lo hubiera intentado.
Reggie, como la llamaban, había tenido tantos
pretendientes para elegir, que realmente era perturbador. Había una docena con
los que estaba segura de haber podido ser feliz, dos docenas de los que creyó
empezar a enamorarse, y muchos que, por un motivo u otro no le habían
convenido. Y cuando Reggie creía que alguno era aceptable, no era esta la
opinión de sus tíos.
¡Ah, por cierto que era una desventaja tener
cuatro tíos que la querían tanto! Ella también adoraba a los cuatro. Jason,
que ahora tenía cuarenta y cinco años, había sido jefe de la familia desde que
tenía dieciséis, responsable de sus tres hermanos y una hermana, la madre de
Reggie. Jason se tomaba en serio sus responsabilidades... a veces demasiado en
serio. Era un hombre muy severo.
Edward era exactamente su opuesto, de buen
humor, alegre, indulgente. Un año menor que Jason, Edward se había casado con
la tía Charlotte cuando tenía veintidós años, mucho antes de que se casara el tío
Jason. Tenía cinco hijos, tres mujeres y dos varones. El primo Travis, de
diecinueve años, era de la edad de Reggie y estaba en medio de la familia. Toda
su vida habían sido compañeros de juegos, al igual que el único hijo del tío
Jason.
La madre de Reggie, Melissa, era siete años
menor que sus dos hermanos mayores. Dos años después del nacimiento de Melissa,
había venido al mundo James.
James era el hermano loco, que mandaba todo
al diablo para hacer lo que le daba la gana. Tenía treinta y cinco años ahora y
se suponía que ni siquiera había que mentar su nombre. Para lo que se refiere a
Jason y Edward, James no existía. Pero Reggie seguía queriéndole. Le echaba
muchísimo de menos, e iba a verle en secreto. En los últimos nueve años sólo le
había visto seis veces, la última hacía ya más de dos años. Pero, a decir la
verdad, Anthony era su tío favorito por ser tan libre, tan poco inhibido como
la misma Reggie. Anthony, con sus treinta y cuatro años y siendo el menor de la
familia, era más un hermano que un tío. También, y eso era muy divertido, era
el calavera más notable desde que su hermano James se había ido de Londres,
pero, mientras que James podía ser brutal, ya que tenía mucho de Jason, Anthony
estaba dotado de algunas de las cualidades de Edward. Era un don Juan, un
notable seductor. No le importaba lo que se pensara de él;' pero, a su manera,
hacía todo lo posible para agradar a quienes le interesaban.
Reggie sonrió. Pese a todos sus queridos y
estrafalarios amigos, pese a todos los escándalos que florecían a su
alrededor, los duelos que había tenido, las apuestas que había hecho, Anthony
era a veces el hipócrita más adorable en lo que a ella se refería. Porque si
alguno de sus disolutos amigos se atrevía a mirarla siquiera de reojo, era
invitado enseguida a un combate de boxeo. Y hasta los hombres más mujeriegos
aprendieron a ocultar sus deseos cuando ella visitaba a su tío, y conformarse
con una charla inofensiva. Si el tío Jason llegaba a enterarse de que ella
había estado en el mismo cuarto con algunos de los hombres que había conocido,
algunas cabezas podían rodar, especialmente la de Tony. Pero Jason nunca lo
supo y, aunque Edward lo sospechaba, nunca había sido tan estricto como Jason.
Los tíos la trataban más como a una hija que
como a una sobrina, porque los cuatro la habían educado desde la muerte de
sus padres, cuando Reggie sólo contaba dos años. Literalmente la habían compartido
desde que cumplió seis años. Edward vivía por entonces en Londres, al igual que
James y Anthony. Los tres tuvieron una gran pelea con Jason, porque este
insistía en que ella siguiera en el campo. Le permitía y toleraba que viviera
seis meses del año con Edward, donde podía ver con frecuencia a los tíos más
jóvenes. Cuando ella cumplió once años, Anthony pidió pasar un tiempo con ella.
Se le concedieron los meses de verano, que eran de estricta diversión. Y él se
sintió feliz haciendo el sacrificio de transformar todos los años su casa de
soltero, cosa que se hacía fácilmente, porque junto con Reggie llegaban su doncella,
su niñera y su gobernanta. Anthony y Reggie comían dos veces por semana con
Edward y su familia. Pero, pese al encanto de aquella vida doméstica, Anthony
nunca había sentido deseos de casarse. Seguía siendo soltero. Cuando Reggie fue
presentada en sociedad ya no resultaba adecuado que pasara parte del año con
este tío, de manera que ahora sólo le veía de vez en cuando. Ah, bueno, pensaba
Reggie, lo cierto era que ella iba a casarse pronto. No era lo que deseaba
especialmente. Con mucho gusto se hubiera divertido unos años más. Pero sus
tíos querían que se casara. Suponían que su deseo era encontrar un marido
conveniente y formar una familia, ¿Acaso no era éste el deseo de toda muchacha?
Lo cierto es que se habían reunido para discutir el tema y, pese a que ella
había afirmado que no estaba preparada para dejar el seno de la familia, las
buenas intenciones de ellos prevalecieron sobre las protestas de Reggie, hasta
que, finalmente, ella cedió.
A partir de entonces ella había hecho todo lo
posible para agradarles, porque les quería mucho a los cuatro. Presentó
pretendiente tras pretendiente, pero, uno u otro de los tíos encontraban un
defecto en uno de los jóvenes. Ella continuó la búsqueda en el continente, pero
ya estaba harta de mirar con ojos críticos a cada hombre que se le acercaba. No
podía hacerse amigos. No podía divertirse. Cada hombre debía ser cuidadosamente
disecado y analizado... ¿estaba materializado su futuro marido? ¿Era acaso esa
persona mágica que todos sus tíos iban a aprobar?
Ella empezaba a sospechar que tal hombre no
existía, y desesperadamente necesitaba terminar con aquella búsqueda obsesiva.
Quería ver a su tío Tony, el único capaz de entender, de interceder ante el tío
Jason. Pero Tony estaba visitando a un amigo en el campo cuando ella volvió a
Londres, y no había regresado hasta la noche anterior.
Reggie había ido dos veces a verle aquel
mismo día, pero no le había encontrado y finalmente le dejó una nota.
Seguramente ya la había recibido. ¿Por qué no había venido?
En el momento en que estaba pensando en ello,
un coche se detuvo delante de la casa. Ella rió con una carcajada alegre,
musical.
–¡Al fin!
–¿Cómo? –se sobresaltó Meg–. Todavía no he
terminado. Quiero deciros que no ha sido fácil arreglaros el pelo. Sigo
diciendo que deberíais cortarlo. Tanto vos como yo ganaríamos tiempo.
No importa, Meg. –Reggie se puso de pie de un
salto, haciendo que varias horquillas cayeran al suelo–. Ha llegado el tío
Tony.
–Eh, ¿adonde vais vestida de esa manera? –El
tono de Meg era profundamente irritado.
Pero Reggie no le prestó atención y salió
corriendo de la habitación; oyó el grito de Meg: ¡Regina Ashton!, pero no se
detuvo. Corrió hasta llegar a las escaleras que llevaban al salón de abajo,
pero allí se dio cuenta de la escasa ropa que llevaba. Rápidamente se refugió
en un rincón, decidida a no salir hasta que oyera la voz de su tío. Pero no la
oyó. En lugar de esto escuchó una voz de mujer y, cuando espió vacilante desde
el rincón, quedó decepcionada al ver que el lacayo hacía pasar a una señora, no
al tío Tony. La dama era lady Tal o Cual, alguien a quien Reggie había conocido
hacía unos días en Hyde Park. Caramba, ¿dónde diablos se había metido Tony?
En aquel momento Meg la tomó del brazo y la
arrastró por el pasillo. Meg se tomaba libertades, esta era la verdad, pero no
era de extrañar, porque había estado con Reggie tanto tiempo como la niñera
Tess, es decir, siempre.
–¡Nunca he visto nada más escandaloso que
usted allí de pie, en ropa interior! –la reprendió Meg» mientras empujaba a
Reggie al taburete delante del pequeño tocador–. Tendríamos que enseñaros a
comportaros mejor.
–Creí que era el tío Tony.
–No es una excusa.
Lo sé, pero tengo que verle esta noche. Ya
sabes para qué, Meg. es el único que puede ayudarme. Escribirá al tío Jason y
finalmente podré descansar.
–¿Y creéis que vuestro tío Tony pueda decir
al marqués algo que os sea útil? Reggie hizo una mueca.
–Lo que voy a sugerir es que sean ellos
quienes me encuentren un marido.
Meg movió la cabeza y suspiró.
–No os gustará el hombre que elegirán para
usted, hija mía.
–Tal vez. Pero ya no me importa... –insistió ella
–. Sería bueno que yo pudiera elegir a mi
marido, pero ya sé que mi elección no será tomada en cuenta si, de acuerdo con
ellos, es mala. Me he estado exhibiendo desde hace un año, he ido a tantas
reuniones, fiestas y bailes que los odio a todos. Nunca creí llegar a decir
esto. ¡Vamos, si se me hacía corto el tiempo para bailar en mi primera fiesta!
–Es comprensible, querida –dijo Meg para apaciguarla.
–Lo único que pido es que el tío Tony
comprenda y quiera ayudarme. Sólo quiero retirarme al campo, vivir otra vez
tranquilamente... con o sin marido. Si pudiera encontrar esta noche al hombre
que me conviene, me casaría con él mañana, cualquier cosa con tal de cortar este
ajetreo social, pero sé que no va a suceder, de manera que lo mejor es dejar
que mis tíos elijan. Como los conozco, tardarán años en hacerlo. Nunca se ponen
de acuerdo en nada y, entretanto, yo me iré a casa en Haverston.
–No veo qué puede hacer vuestro tío Tony que
no podáis hacer usted. No le tenéis miedo al marqués. Podéis manejarlo con el
meñique cuando os da la gana. ¿Acaso ya no lo habéis hecho con frecuencia?
Decidle cuan desdichada sois y él...
–¡No puedo hacer eso! –exclamó Reggie sin
aliento–. No puedo hacer que el tío Jason crea que me ha hecho desgraciada.
Nunca se lo perdonaría.
–Sois de corazón demasiado tierno para
vuestra conveniencia, hija mía –gruñó Meg–. ¿Pensáis por lo tanto seguir siendo
desdichada?
–No. Por eso quiero que el tío Tony le
escriba al tío Jason. Si yo lo hago, y él insiste en que siga aquí, ¿qué sacaré
con esto? Pero si la carta de Tony es despreciada, sabré que el plan no da
resultado y tendré tiempo para pensar en otra cosa.
–Bueno, no cabe duda de que esta noche en el
baile veréis a lord Anthony.
–No. Él odia los bailes. No querría asistir
ni muerto a uno, ni siquiera lo haría por mí. Bueno, caramba, todo tendrá que
esperar hasta mañana...
–Meg frunció el ceño y miró hacia otro lado.–
¿Qué significa eso? ¿Acaso sabes algo que yo no sé?
–preguntó Reggie.
Meg se encogió de hombros.
–Es que... probablemente lord Anthony se irá
por la mañana a Haverston y no volverá en tres o cuatro días. Pero podéis
esperar ese tiempo.
–¿Quién te dijo que se marchará?
–Oí que lord Edward le decía a su esposa que
el marqués le había mandado llamar. Creo que van a citarlo de nuevo por algún
otro problema en el que se ha metido.
–¡No! –Y añadió preocupada:– ¿No crees que ya se ha ido, verdad?
–De verdad que no. Meg sonrió.– Ese sinvergüenza
no debe tener muchas ganas de enfrentarse a su hermano mayor. Estoy segura de
que retrasará la partida todo el tiempo que pueda.
–Entonces tengo que verlo esta noche. Esto es
perfecto. Él podrá convencer más fácilmente al tío Jason en persona que por
carta.
–Pero no podéis ir ahora a casa de lord
Anthony –protestó Meg–. Ya es casi hora de partir para él baile.
–Ayúdame pronto a ponerme el vestido. Tony
vive a unas pocas calles de aquí. Tomaré el coche y regresaré antes de que mis
primas estén listas para partir.
Lo cierto es que las otras ya estaban listas
y sólo esperaban a Reggie cuando ésta corrió unos minutos después escaleras
abajo. Aquello era incómodo, pero no iban a disuadirla. Hizo a un lado a su
prima mayor al entrar a la sala, ofreciendo a las otras una vaga sonrisa a
manera de saludo.
–Marshall, realmente detesto tener que
pedirte esto, pero necesito el coche unos minutos antes de que todos partamos.
–¿Cómo?
Ella había hablado en murmullo, pero la
exclamación de él hizo que todos se volvieran a mirarlos.
Ella suspiró.
–En verdad, Marshall, no deberías comportarte
como si te hubiera pedido el mundo.
Marshall, consciente de que los observaban, y
sorprendido de su momentánea falta de control, recobró toda la dignidad que
pudo y dijo en el tono más razonable que logró dominar:
–¡Hace ya diez minutos que te esperamos, y
quieres que esperemos aún más!
Tres suspiros ultrajados llegaron a sus
oídos, pero Reggie no se dignó mirar a sus primas.
–No lo pediría sino fuera importante,
Marshall. No tardaré más de media hora... bueno, seguramente menos de una hora.
Tengo que ver al tío Anthony.
–¡No, no y no! –exclamó Diana, que rara vez
levantaba la voz–. ¿Cómo puedes ser tan desconsiderada, Reggie? Tú no eres
así. Harás que todas lleguemos tarde. Tenemos que partir enseguida.
–Tonterías –dijo Reggie–. Seguramente no querréis
ser las primeras, ¿verdad?
–Pero tampoco queremos ser las últimas en
llegar –dijo Clare, caprichosa–. El baile se iniciará dentro de media hora, y
tardaremos el mismo tiempo en llegar. ¿Es tan importante que veas ahora al tío
Anthony?
–Es un asunto personal y no puede esperar. El
parte mañana temprano para Haverston. No podré hablar con él a menos que vaya a
verle enseguida.
–Espera que regrese –dijo Clare–. ¿Por qué no
esperas a que regrese?
–Porque no puedo esperar. –Al ver que sus
primas estaban todas contra ella y lady Tal por Cual igualmente agitada, Reggie
se decidió.– Bueno, aceptaré un coche alquilado o una litera, Marshall, si
enviáis a uno de los lacayos a buscarlo. Iré al baile a unirme con vosotras en
cuanto haya terminado.
–Imposible.
Marshall estaba enfadado. Era muy de su prima
meterle en alguna tontería de modo que él, que era el mayor, cargara más tarde
con la responsabilidad. Pero esta vez no lo haría, por Dios. Él era mayor,
sabía lo que hacía y ella no iba a envolverle como solía hacerlo.
Marshall dijo impertérrito.
–¿Un coche alquilado? ¿Por la noche? No es
seguro, y lo sabes, Reggie.
–Travis puede acompañarme.
–Pero Travis no desea hacerlo –replicó con
rapidez la escolta en cuestión–. Y no me hagas caritas de niña malcriada,
Reggie. Yo tampoco quiero llegar tarde al baile.
–Por favor, Travis.
–No.
Reggie miró todas aquellas caras tan poco comprensivas.
Pero no quería ceder.
–Entonces no iré al baile. Además, no tenía
ganas de ir.
–Oh, no. –Marshall sacudió gravemente la cabeza.–
Te conozco demasiado, querida prima. Apenas nos hayamos ido te escabullirás e
irás a pie hasta la casa del tío Anthony. Y mi padre me matará.
–Soy demasiado inteligente para hacer eso,
Marshall –replicó ella provocativa–. Enviaré Otro mensaje a Tony y esperaré
que él venga aquí.
–¿Y si no viene? –señaló Marshall–. Tiene
cosas más importantes que contestar a una llamada tuya en cuanto le hagas una
seña. Además, es probable que no esté en su casa. No. Vendrás con nosotros y
esto es definitivo.
–No iré.
–Irás.
–Puede ir en mi coche –todos los ojos se
volvieron hacia la invitada–. Mi cochero y el lacayo están conmigo desde hace
años y puedo confiar en que la llevarán sana y salva donde desee y después al
baile.
La sonrisa de Reggie fue deslumbrante.
–Espléndido... Realmente es usted mi
salvadora, lady...
–Eddington –replicó la dama–. Nos han presentado
esta semana.
–Sí, en el parque, lo recuerdo. Lo cierto es
que soy muy olvidadiza con los nombres, he conocido mucha gente este último
año. Nunca os lo agradeceré bastante.
–No es nada. Me hace feliz seros útil. Y
Selena estaba feliz... cualquier cosa para partir cuanto antes. Ya era bastante
malo haber tenido que aceptar a Marshall Malory como acompañante para el gran
baile de la temporada. Pero él era el único entre la docena de caballeros a los
que había enviado notas esa mañana que no la había rechazado con una u otra
excusa. Malory, que era menor que ella, había sido un comodín de último
momento. Y aquí estaba ella ahora, en medio de una disputa familiar, todo
debido a esta muchachita descarada.
–Bueno, Marshall –dijo Reggie– no puedes
oponerte ahora.
–No, supongo que no –dijo él de mala gana–
pero recuerda que has dicho que tardarás media hora, prima. Es mejor que
llegues a casa de los Shepford antes que mi padre se dé cuenta de que no estás.
De lo contrario, lo pasaremos muy mal, y tú lo sabes.